Una nueva vida soñada

Un sueño difuso
Carlos y yo teníamos una vida cómoda en Bogotá, no podíamos quejarnos. Una casa grande y bonita, buenos vecinos, y un trabajo que nos permitía estar en casa y evitar los trancones de la urbe. Sin embargo, al preguntarnos si esta era la vida de nuestros sueños, la respuesta era “no”, sin muchos argumentos. Sentíamos que existían otras posibilidades para una mejor calidad de vida. Visualizábamos vivir en el campo, pero no parecíamos preparados para tomar una decisión así. No veíamos una ruta clara.

Un momento fulminante

El cuerpo puede ser un gran aliado para catalizar los cambios que la mente obstaculiza. Empecé a tener síntomas extraños. Sentía un fenómeno eléctrico en el cuerpo, tal vez producto de las radiaciones electromagnéticas (EMFs). Lo percibía sobretodo en la noche. Era tan difícil de explicar, que no se lo conté a casi nadie. Fui comprando cuarzos, pulseras de cobre, pirámides de orgonitas, collares de turmalinas, sin que nada lo resolviera del todo. Hasta que una noche me despertó una descarga, me sentí electrocutada. Salté y grité. Carlos se despertó preocupado: “¿estás bien?” y desde la tripa respondí “no, no estoy bien, necesito salir de la ciudad, no puedo vivir más aquí”.


El periodo de prueba
Eso pasó en la madrugada del 14 de diciembre de 2021, y ese mismo día empacamos maletas y nos fuimos para Aldeafeliz. Aldeafeliz es una ecoaldea o comunidad ecológica que co-fundé hace 17 años en San Francisco, Cundinamarca. Tenemos una casa en ese lugar que en ese momento no veíamos muy viable para vivir, pero era la única opción al alcance. Sin un verdadero plan, emprendimos la aventura, un poco a ciegas, y aún sin cerrar la casa de Bogotá, dándonos un periódo de prueba de al menos un mes para saber si iba a funcionar.

Teníamos muchas dudas sobre si este plan iba a funcionar… La cabaña en Aldeafeliz realmente tenía 30m2 habitables, y el resto estaba en malas condiciones. Los 30m2 incluían en un solo espacio el dormitorio, la sala, el comedor, la oficina, la cocina y el baño de Bilba, nuestra gata. El internet en zonas rurales es generalmente inestable y no creíamos que fuera a ser confiable para mantener nuestras reuniones sin tropiezos de conexión. No sabíamos si podríamos adaptarnos a la vida comunitaria, siendo personas tan independientes.

Nuestras preocupaciones principales se fueron resolviendo. Vimos que el internet sí resultó ser bueno, podíamos trabajar remoto sin problemas desde allá. Pudimos empezar a acondicionar el piso de abajo para lograr un segundo espacio en el que Carlos y yo pudiéramos trabajar al mismo tiempo (atendiendo sesiones). Confiamos que por lo pronto, podíamos manejar el downsizing (reducir el espacio y pertenencias) a un 20% de lo que teníamos y darle el chance al experimento. Sabíamos que necesitábamos hacer varias obras para mejorar la casa, pero lo empezamos a ver viable. En ese momento decidimos cerrar la casa en Bogotá y poner todas nuestras cosas en una bodega (donde siguen al sol de hoy).

Pruebas y más pruebas
Fueron muchas las pruebas que dificultaron el experimento. No fue nada fácil pasar de 250m2 a 30m2. La falta de espacio puso a prueba nuestra relación. Yo estaba acostumbrada a encerrarme en mi oficina y no tener ninguna interrupción. Pero ahora con el espacio tan reducido, me vi retada. Cualquier pequeño “desorden” me irritaba y generaba “pataletas”. Por ejemplo, Carlos se excedió comprando demasiados recipientes de alcohol, esos que se usaban en épocas de COVID, y yo estaba tan harta de verlos por todo lado, que un día cogí un recipiente y lo lancé con fuerza contra la pared, milagrosamente no estalló ni causó estragos. Ahí me di cuenta que estaba al límite.

A parte de eso, no estaba respirando bien. Mi salud sufrió con el clima. Preciso el año en que nos fuimos hubo un invierno sin precedentes. Llovía todos los días y hacía un frío que penetraba en los huesos. Resulté alérgica a la humedad, tenía frío todo el día y el aire no me bastaba… estaba medio ahogada. Además, no funcionaba bien el agua caliente, pues era con calentador solar… pero ¿cuál sol? No salía casi el sol en esos días.

Tuvimos que acelerar las obras para poner agua caliente de gas y reducir la humedad en la casa. El tema era urgente. Teníamos exactamente cero experiencia gerenciando obras de esta envergadura, pero nos lanzamos. Desafortunadamente, tuvimos que quitar el hermoso techo verde que teníamos y reemplazarlo por un techo convencional de manto asfáltico, para reducir la humedad. Me dio pesar pues una vez de ese techo nació una ahuyama. Pero ni modo.
Tuvimos una primera obra exitosa (remodelación del baño) y empezamos a proyectar la segunda fase de ampliar la cabaña y hacer una buena cocina. Cuando por fin conseguimos un equipo para la obra y estábamos listos para arrancar, explotó un conflicto que no veíamos venir: El arquitecto se peleó con el maestro de obra y no hubo forma que se reconciliaran. Nos tocó elegir el uno o el otro. Decidimos irnos con el maestro y buscar la manera de hacer la obra. Carlos accedió a ser el gerente y ambos nos dispusimos a cocrear el diseño y coordinar con el proveedor de la cocina que finalizó los acabados.

En medio de todo esto, me sentía abrumada y dudosa de este experimento, enfrentada con un problema tras otro; cuando empezó la obra de la cocina la casa estaba hecha un caos, expuesta con cielo abierto pues se quitó el techo, y nos tocó ir a vivir a otro lado. Estuvimos como gitanos unos meses que parecían eternos mientras la obra. Tuve intentos fallidos de iniciar una huerta, que luego no tenía tiempo ni energía para mantener.

Obviamente, por todo esto, no era capaz de comunicar nada sobre esta nueva vida que estábamos llevando. Yo sabía que era un cambio monumental, pero no estaba lista a compartir públicamente la experiencia. Ahora veo que seguíamos en la fase gruesa de la transición que es el proceso lento y complejo de adaptación.


Adaptación y Celebración
De repente, hubo un giro. Tuvo todo que ver con por fin recibir la cocina lista, lo que tomó 6 meses. Recibirla lista fue como finalmente ¡llegar a casa!. Me di cuenta lo importante que es para mi la cocina, tener todo organizado y espacio para lo más importante: los alimentos y las rutinas del buen comer. Eso nos fue dando “el piso” que necesitábamos, y desde ahí se reconstruyó toda nuestra estabilidad y empezamos a echar raíces. Soy acuario con ascendente tauro: dos tendencias que se batallan en mi interior, donde siempre gana la necesidad taurina de estabilidad, rutinas y belleza a mi alrededor.


La cocina trajo consigo un sentimiento de abundancia, pues llenamos la alacena de todos los productos que traen salud y gozo. Me volví a comprometer con la huerta y empecé a sacar unas deliciosas cosechas de verduras que compartimos con amigos. Se empezaron a activar las mingas en Aldeafeliz para apoyar aún más la conexión con el territorio y con la tierra. Hasta mis suculentas, que traje de Bogotá se empezaron a adaptar mejor y a florecer. Ya para esta época el clima había mejorado, salía más el sol y todo se sentía en mayor equilibrio.

Ahora este es nuestro hogar. Hemos encontrado un ritmo para visitar la ciudad y a nuestras familias que muy amablemente nos han hospedado. Al ir a Bogotá empezamos a sentir claramente que nuestro hogar es Aldeafeliz, nuestra casita y nuestras rutinas que nos dan alegría y balance. La comunidad empezó también a florecer, con sus danzas de paz, círculos de palabra y mingas.

Como detalle adicional, empezó a llegar nueva vida a nuestro alrededor. Nació un bebé en la comunidad, donde todos fuimos partícipes y a quien puedo ver y consentir con regularidad. Llegaron unos paticos que ahora también tienen bebés y han llegado una variedad de voluntarios y residentes temporales de distintas partes del mundo, a enriquecer nuestras vidas con sus dones e historias. Uno de esos residentes es músico y me ha ayudado a reactivar mi proyecto musical, otra señal de vida floreciendo.

Hoy día, Carlos y yo, nos damos cuenta que vivimos una vida soñada. Decimos continuamente: “¡Vivimos en el paraíso!”. Aunque no teníamos claro lo que queríamos, fuimos siguiendo la intuición y los pasos que sabíamos que teníamos que dar, hasta ir encontrando un nuevo modo de vida, que se siente como lo que realmente queremos. Los momentos en que reboso de alegría es cuando estamos en comunidad, caminando nuestro propósito común que es: “co-crear un modo de vida regenerativo e inspirador”.

Estoy infinitamente agradecida por todo el apoyo que hemos recibido de nuestras familias, amigxs y comunidad para dar este salto hacia nuestra vida soñada. Cuento esta historia para mostrarte a tí, queridx lector(a) que ¡sí se puede! Aunque no es color de rosa desde el principio y hayan pruebas, si sostienes la visión y tu confianza en el proceso logras tu sueño.

¿Cuál podría ser tu vida soñada? Así no tengas una respuesta, ¿qué te haría sentir que estás en tu vida soñada? Aquí te comparto esta visualización para que te des la oportunidad de soñar.

Anamaria Aristizabal

Máster Coach Integral | Autora | Agente de Cambio

Fotografías: Luz Karime Palacios
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